Ligador fracasado

Llegué al banco a cobrar un cheque modesto. El calor estaba insoportable. Allí estaba esperando en la fila. Esperar enloquece. Estar formado en filas interminables son cosas absurdas en esta vida. Allí se pierde el tiempo de a de veras.

El sol brillo cuando vi llegar a una mujer de impacto: culo prominente, senos redondos y abundantes, tatuaje discreto en el tobillo, cabello arreglado con sutileza… un monumento, pues, a todas luces. Como perro hambriento me acerqué a su espacio. Para mi fortuna estaba formada  antes que yo. Había pedido permiso para salir y volver. Hasta la mujer más vanidosa se hubiese enamorado de ella. Desplegué mi estrategia con discreción. Le pregunte acerca de su tatuaje, le ofrecí firmar un cheque como muestra de reverencia mezclada con broma para que la cosa no se viera como puntería. Me respondió con ligereza normal. Le pregunté quién sabe  qué tantas cosas fútiles. Insistí. Sonrío. Cobré mi cheque y salí a esperarla. El tiempo era interminable. Cuando una belleza te inquieta los segundos son siglos. Así las cosas, salió con indiferencia. Le perseguí hacia su automóvil.

Allí, la humillación apareció para no variar. Imploré atención. Nancy, así me llamo.
- Pareces gay, escupió sin reserva.
- No lo soy, busco amigos.
- Serás un loco peligroso, arremetió a la par que soltaba una carcajada. 

El policía del estacionamiento reía en silencio. Yo seguía insistente a mi objetivo: Número telefónico y necedad carnal. Esa era mi oferta.

Harta de mí,  estiro una tarjeta.
 -Llámame de vez en cuando, dijo. 
-Se esfumó en su camioneta.

Mire la tarjeta: salón Coco, Estética de belleza. Al día siguiente le marqué, ¡cómo no! La humillación apenas empezaba. Me planté en su estética argumentando que pasaba por allí.
Ella, con el colmillo raspando el piso; yo, con la reverencia propia de un loco manso intercambiamos  palabras.

-¿Cómo estás? Dije.
-¿Qué tal?, respondió.
-Aquí, nada más pasando a saludar, reviré.
-Muy bien…
Silencio incómodo. Ponte atento, me dije para mis adentros.
-Pasa flaco. Dijo.

Entre a su changarro. Apliqué la técnica creativa. Esto es lo que solté: 

-Soy diseñador y deseo decorar tu salón, ¿qué dices?- Lo pensó dos segundo y me respondió:
-No tengo dinero.
-Es gratis- comenté.

Asintió sin chistar.

Al día siguiente allí estaba yo, mostrando planos, midiendo, exponiéndole tendencias. Que si shaby chic, vintage, ecléctico, y más modas inventadas.

Ella contemplaba mis palabras. Acto seguido, aceptó mis sugerencias. Mi erección estaba a grito pelado solicitando atención. Una mujer exuberante aturde mis sentidos. Tenía ganas de un trago. Me contuve, claro está.

Pasaron los días. Llegaron también los detalles decorativos: Papel tapiz por acá, sillón clásico por allá, flores deshidratadas puestas en maceta… Poco a poco gané un mínimo de atención. Intercambiamos imágenes por el “whatss”. Allí seguía yo, beso, erección y despedida. Nada digno de acentuar. Un día nada especial arribé ebrio a su negocio. Le llevé  un anuncio publicitario hecho a base de pintura , madera y deseo. Ella estaba haciendo pedicura.

 -¡Qué lindo!, dijo.
-Gracias.

Me largué con mis copas encima y mi falsa sensación de triunfo. A fuerza de regalos sin nada a cambio me fui devaluando, cosa normal. Cuando obsequias presentes a una mujer que ni siquiera te ha besado, la derrota es segura. No obstante, mi deseo era más fuerte que mi dignidad. Pasaron tres días. La invite a salir. Se negó argumentando que la lluvia arreciaba.

Insistí dos días  después. Por fin accedió. Me contó que estaba casada pero mal correspondida.

 -Lucio es buen proveedor. Nada más. Necesito amor. 

Mis ojos brillaron . Por vez primera me confesaba su pena. Como buen ratón de biblioteca, le di mis puntos de vista. Los tragos fluyeron. Cené de lo lindo. Ella pidió su resto para llevar. Le tomé de la mano y la besé. Ella accedió sin reserva. Mi pene aullaba atención. 

Una vez más se quedó sin respuesta. 

-Vámonos-, me dijo. 

Pensé por un momento que la cosa iba segura. Partía para su casa. Yo me iba a mi congal a darle duro al manoseo individual. 

-Hagámosle pues-, respondí. 

Alegre ella, ebrio yo, la despedí con otro beso.

Al día siguiente revise mi teléfono. Ni un mensaje de ella, cosa normal. Volví a la carga. Le dije que estaba encantado con su compañía. Mi mensaje fue ignorado con éxito. Dos palomitas azules y nada más.

Se acercó mi onomástico 35. Pasé a su estética. Le llevé una orquídea y el pegamento del papel tapiz. Intente besarla. Sobra decir que su esposo tiene su negocio en la planta alta. 

“No me importo nada. Además de humillado, irrespetuoso”. Mientras escribo esto, ella me comenta por el “whatss” que desea operarse las tetas. Le imploro paciencia: “Al menos déjame degustarlas”. Silencio nuevamente. 

Sigo con la estrategia. De Pinterest le mando fotos de mujeres sexys. Me ignora diez minutos y responde:

-Normales, naturales , nada especial.
 -Hoy es mi cumpleaños-, le reitero.
 -Mañana te celebro-, responde. 
-Estoy en un bar a mi medida. Llevo tres “whiskys” encima.

Más allá de las celebraciones mundanas y superfluas que me expresan  personas cercanas, ella, la paloma que alborotó el gallinero, me ignora con elegancia. La belleza está en tu cabeza, me repito. Se ha ido a dormir o a follar sin despedirse. Cosa natural en mí. 

No pierdo la esperanza. Si lo hago no tengo nada qué hacer en esta vida. El fracaso es mi confidente y cómplice. Nada me sorprende ya. Cuando la voluntad se pierde entre la humillación la cosa esta perdida, la esperanza engaña con fuerza.  Aún conservo una llama de certeza. Voy en el quinto trago. Escucho música diversa. Una vez más celebró en soledad. Los fantasmas se han ido. El presente me envuelve con la misma cobija. Mañana será otro día. La vida sigue su curso sin detenerse a escuchar reclamos simples: Deseo, atención y amor son conceptos inalcanzables para quien te escribe. Nada más, pero nada menos. Casi amanece. El sol brilla en todo lo alto. Nancy, imagino que despierta. Yo lo estoy desde hace treinta y cinco inviernos. La vida es así, ¡qué más da!


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