juan gelman
Carta abierta a mi nieto
“Dentro de seis meses cumplirás 19 años. Habrás nacido algún día de octubre de 1976 en un campo de concentración. Poco antes o poco después de tu nacimiento, el mismo mes y año, asesinaron a tu padre de un tiro en la nuca disparado a menos de medio metro de distancia. El estaba inerme y lo asesinó un comando militar, tal vez el mismo que lo secuestró con tu madre el 24 de agosto en Buenos Aires y los llevó al campo de concentración Automotores Orletti que funcionaba en pleno Floresta y los militares habían bautizado “el Jardín”. Tu padre se llamaba Marcelo. Tu madre, Claudia. Los dos tenían 20 años y vos, siete meses en el vientre materno cuando eso ocurrió. A ella la trasladaron -y a vos con ella- cuando estuvo a punto de parir. Debe haber dado a luz solita, bajo la mirada de algún médico cómplice de la dictadura militar. Te sacaron entonces de su lado y fuiste a parar -así era casi siempre- a manos de una pareja estéril de marido militar o policía, o juez, o periodista amigo de policía o militar. Había entonces una lista de espera siniestra para cada campo de concentración: Los anotados esperaban quedarse con el hijo robado a las prisioneras que parían y, con alguna excepción, eran asesinadas inmediatamente después. Han pasado 12 años desde que los militares dejaron el gobierno y nada se sabe de tu madre. En cambio, en un tambor de grasa de 200 litros que los militares rellenaron con cemento y arena y arrojaron al Río San Fernando, se encontraron los restos de tu padre 13 años después. Está enterrado en La Tablada. Al menos hay con él esa certeza.
Me resulta muy extraño hablarte de mis hijos como tus padres que no fueron. No sé si sos varón o mujer. Sé que naciste. Me lo aseguró el padre Fiorello Cavalli, de la Secretaría de Estado del Vaticano, en febrero de 1978. Desde entonces me pregunto cuál ha sido tu destino. Me asaltan ideas contrarias. Por un lado, siempre me repugna la posibilidad de que llamaras “papá” a un militar o policía ladrón de vos, o a un amigo de los asesinos de tus padres. Por otro lado, siempre quise que, cualquiera hubiese sido el hogar al fuiste a parar, te criaran y educaran bien y te quisieran mucho. Sin embargo, nunca dejé de pensar que, aún así, algún agujero o falla tenía que haber en el amor que te tuvieran, no tanto porque tus padres de hoy no son los biológicos -como se dice-, sino por el hecho de que alguna conciencia tendrán ellos de tu historia y de como se apoderaron de tu historia y la falsificaron. Imagino que te han mentido mucho.
También pensé todos estos años en que hacer si te encontraba: si arrancarte del hogar que tenías o hablar con tus padres adoptivos para establecer un acuerdo que me permitiera verte y acompañarte, siempre sobre la base de que supieras vos quién eras y de dónde venías. El dilema se reiteraba cada vez -y fueron varias- que asomaba la posibilidad de que las Abuelas de Plaza de Mayo te hubieran encontrado. Se reiteraba de manera diferente, según tu edad en cada momento. Me preocupaba que fueras demasiado chico o chica -por ser suficientemente chico o chica- para entender lo que había pasado. Para entender lo que había pasado. Para entender por qué no eran tus padres los que creías tus padres y a lo mejor querías como a padres. Me preocupaba que padecieras así una doble herida, una suerte de hachazo en el tejido de tu subjetividad en formación. Pero ahora sos grande. Podés enterarte de quién sos y decidir después qué hacer con lo que fuiste. Ahí están las Abuelas y su banco de datos sanguíneos que permiten determinar con precisión científica el origen de hijos de desaparecidos. Tu origen.
Ahora tenés casi la edad de tus padres cuando los mataron y pronto serás mayor que ellos. Ellos se quedaron en los 20 años para siempre. Soñaban mucho con vos y con un mundo más habitable para vos. Me gustaría hablarte de ellos y que me hables de vos. Para reconocer en vos a mi hijo y para que reconozcas en mí lo que de tu padre tengo: los dos somos huérfanos de él. Para reparar de algún modo ese corte brutal o silencio que en la carne de la familia perpetró la dictadura militar. Para darte tu historia, no para apartarte de lo que no te quieras apartar. Ya sos grande, dije.
Los sueños de Marcelo y Claudia no se han cumplido todavía. Menos vos, que naciste y estás quién sabe dónde ni con quién. Tal vez tengas los ojos verdegrises de mi hijo o los ojos color castaño de su mujer, que poseían un brillo especial y tierno y pícaro. Quién sabe como serás si sos varón. Quién sabe cómo serás si sos mujer. A lo mejor podés salir de ese misterio para entrar en otro: el del encuentro con un abuelo que te espera.”
12 de abril de 1995 Carta publicada en el semanario Brecha, Montevideo, el 23 de diciembre de 1998
El día que Juan Gelman encontró a su nieta
El 31 de marzo del 2000 el escritor halló a Macarena que había nacido en cautiverio en la última dictadura militar; "Puedo sentirlo; soy abuelo", dijo
31 de marzo de 2000 no fue un día más en la vida del poeta Juan Gelman . Ese día le anunciaron que habían hallado a su nieta, María Macarena, que había nacido en cautiverio durante la última dictadura militar.
Tras una reunión con el entonces presidente de Uruguay Jorge Batlle, Gelman confirmó que había hallado a su nieta , nacida en Montevideo, en 1976.
"Hace mucho que estoy en la búsqueda de mi nieta -confesó Gelman-. El presidente Batlle ha demostrado gran sensibilidad. En una entrevista intercambiamos información y he confirmado que la persona que busco ha nacido en el Uruguay, que está en el Uruguay y que es querida por sus padres. Y hasta aquí llego, porque quiero preservar la intimidad de esta persona".
Su nieta fue criada por la familia de un policía uruguayo, que murió en 1996. Después de 24 años de una búsqueda incansable, de gestiones duras y dudas, finalmente pudo hallar a su nieta. La alegría fue inmensa.
"Podrán imaginarse lo que significa esto para cualquier ser humano. Yo mismo puedo sentirlo; soy abuelo".
El 24 de agosto de 1976, irrumpieron en el domicilio de Gelman. Pero resultó que el escritor ya se había marchado al exilio. En su lugar, los militares se llevaron a su hijo Marcelo y a su esposa, María Claudia García, embarazada.
Su vida fue desde entonces también una búsqueda incesante de los suyos; de su joven hijo, de su esposa y de ese bebe a punto de nacer. Trece años más tarde de aquel fatídico secuestro se recuperó el cadáver de Marcelo, que yacía dentro de un barril de cemento y arena.
MACARENA GELMAN
Macarena Gelman nació por segunda vez cuando tenía 23 años. Allí fue cuando su madre le confesó que no era hija suya y que sus verdaderos padres biológicos habían sido asesinados y torturados durante la última dictadura militar argentina.
Macarena luchó para cambiarse el apellido. Ahora lleva los apellidos Gelman García, como su auténtico padre, como su auténtica madre, aunque mantuvo su nombre de pila, el que le impuso su devota madre adoptiva, porque los Gelman tienen ascendencia sevillana.
Macarena Gelman: "Fui un regalo robado"
Sus padres biológicos fueron secuestrados en Buenos Aires, en agosto de 1976, llevados a Uruguay en el marco de la Operación Cóndor, y asesinados. Ella, recién nacida, fue depositada ante la puerta de sus padres adoptivos. Sólo 23 años más tarde la nieta de Juan Gelman conocería su verdadera identidad
arena nació por segunda vez cuando tenía 23 años. La plácida y apolítica vida que llevaba en su Montevideo natal se trastocó por completo cuando su madre le confesó que no era hija suya y ella descubrió que era una niña robada; arrancada de los brazos de unos padres secuestrados, torturados y asesinados por la dictadura argentina, y entregada a quien ella creía que era su padre: un policía uruguayo. A Macarena aquella noticia le cambió la conciencia y la vida. A partir de entonces, supo de tormentos y de desapariciones, de horrores y complots represores, y supo también que ella era un producto de todo eso. Descubrió que su abuelo llevaba años buscándola y que se llamaba Juan Gelman. Corrió a Internet y así fue como aprendió que era un poeta, un poeta muy importante, argentino también, como sus verdaderos padres, que vivía y sigue viviendo autoexiliado en México y que desde allí reclamaba el derecho a recuperar a esa nieta de cuya infancia nunca pudo disfrutar.
Macarena luchó para cambiarse el apellido. Ahora lleva los apellidos Gelman García, como su auténtico padre, como su auténtica madre, aunque mantuvo su nombre de pila, el que le impuso su devota madre adoptiva, porque los Gelman tienen ascendencia sevillana.
Busca los restos de su madre y apoya públicamente en su país la lucha por la derogación de la Ley de Caducidad por considerar que da cobertura legal a la impunidad. Incluso ha asistido al intento fallido de desenterrar el cadáver de su madre en un lugar que resultó equivocado. Contar su historia se ha convertido para ella en una herramienta para abrirse paso en la espesura de los silencios cómplices.
-¿Cómo le dieron la noticia de que usted era hija de otros?
-Me lo dijo mi mamá. Mi papá había muerto cuatro meses atrás y mi madre me dijo que mi abuelo estaba buscándome. En realidad, toda mi familia biológica me estaba buscando. Mis papás biológicos tenían 19 y 20 años. Eran argentinos. Vivían en Buenos Aires. Los secuestran el 24 de agosto de 1976.
-Su madre tendría hoy 51 años.
-No sé si llegó a cumplir los 20. La última vez que la ven con vida es el 22 de diciembre, y a mí me dejan en la casa de los papás que me criaron el 14 de enero de 1977. Ella cumplía los 20 años el 6 de enero. Bueno, los secuestran, los llevan a un centro clandestino de detención que se llamaba Automotores Orletti. Allí permanecen. A mi papá lo matan en el año 1976 mismo, a finales de septiembre u octubre. Y a mi mamá la trasladan a Uruguay dentro de la operación que se llamaba Plan Cóndor. Estaba embarazada de siete meses y medio cuando la secuestran.
-¿Sabía usted en qué consistió el Plan Cóndor?
-En aquel momento no, pero fue de lo primero que me enteré. Porque cuando mi mamá me cuenta que no soy hija biológica de ellos, me dice que si quiero saber algo más tengo que hablar con el obispo Pablo Galimberti, que era la persona con la que mi abuelo había contactado para hablar con nosotros. Según supe después, mi abuelo sabía que mis padres eran muy devotos y que era la mejor manera de acercarse a mi familia adoptiva. Mi mamá le había dicho a monseñor Galimberti que yo no sabía nada y que, de hecho, ella y mi papá habían planeado contarme la verdad ese mismo año, en 2000. Pero nunca llegaron a hacerlo. Mi padre murió de cáncer cuatro meses antes del encuentro con el obispo.
-¿Nunca sospechó usted nada, ningún indicio de que sus padres no fueran realmente sus padres?
-No, absolutamente nada.
-¿Le molestó la noticia? ¿Se enfadó con su madre?
Tanto en ese momento como después, siempre pensé que la verdad era mejor que cualquier otra cosa Como le decía, a mi mamá la trasladan acá a Montevideo. Era noviembre de 1976, según he podido saber. Nos tienen un tiempo juntas, al menos hasta el 22 de diciembre. El parto fue acá. Se presume que en el hospital militar, aunque nadie lo confirmó. Me dijeron que el parto fue el 1 de noviembre. Es la fecha más probable. Además, cuando me dejan en la puerta de mis papás lo hacen con un cartelito dando esa fecha de nacimiento. Presumo que no es mentira, aunque tampoco tengo toda la certeza del mundo en eso. Después del 22 de diciembre, última fecha en la que nos ven juntas a mi mamá y a mí estando ella viva, ya no se sabe nada hasta el 14 de enero, día en que me dejan en la puerta de la casa de mis papás. Según ellos, una noche tocaron el timbre, abrieron la puerta y había una canastita con un bebé y un cartelito. Era yo.
-Todo un regalito.
-Sí, un regalito [se ríe]. Un regalito que habían robado de algún lado. De mi mamá no se supo nunca más nada. Se ha confirmado que sí, que la trajeron a Uruguay, y parece que la asesinaron también, pero no hay ni datos de dónde pueda estar enterrada. Se manejó que la habían enterrado en el Batallón 14, pero la búsqueda no dio ningún resultado.
* * *
Aquel 24 de agosto de 1976 que Macarena menciona con precisión, los militares argentinos irrumpieron en el domicilio del periodista y escritor Juan Gelman, muy buscado por la extrema derecha de su país. Pero resultó que Gelman ya se había marchado al exilio. En su lugar, los militares se llevaron a su hijo Marcelo y a su esposa, María Claudia García, embarazada. Eso le salvó la vida al que después sería un poeta múltiplemente galardonado y le acarreó todo el dolor que ha destilado su poesía. Su vida ha sido desde entonces también una búsqueda incesante de los suyos; de su joven hijo, de su esposa y de ese bebé a punto de nacer. Trece años más tarde de aquel fatídico secuestro se recuperó el cadáver de Marcelo, que yacía dentro de un barril de cemento y arena. Aún no se han encontrado los restos de María Claudia.
-¿Se resistió en algún momento a conocer la verdad?
-No, nunca. Enseguida llamé a monseñor Galimberti y lo primero que me contó es la historia de la Operación Cóndor, que había consistido en la coordinación de las fuerzas represivas de América latina. Y ahí empezó toda la historia. Me contó todo lo que mi abuelo había podido averiguar. Lo que él sabía. Que a efectos de confirmar mi identidad había que hacer una prueba de ADN, cosa que yo manejaba perfectamente [es estudiante de bioquímica y trabaja en un hospital]. Sabía en qué consistía y sabía que era necesario. Y, bueno, me dijo que lo mejor era ir aproximándome a mi abuelo, al principio, no de forma directa, sino con cierta prudencia, durante un tiempo. Siempre a través del obispo. Me consiguió una carpeta con fotos de mi abuelo. Enseguida me enteré de que había habido una gran campaña pública internacional para buscarme que contó con el apoyo de muchísima gente, pero yo no me había enterado de nada.
-¿Cómo es posible?
-No sé, porque la campaña en esos días era tremenda. Claro, fue la época en la que falleció papá y yo estaba totalmente en otra cosa, pero aparecían incluso cartas públicas de mi abuelo con el entonces presidente de la república Julio María Sanguinetti. Afiches. Se le había dado mucha publicidad al tema.
-¿Y nunca se había fijado?
-No, nunca. Debí de ser la única que no se enteró. Porque todos mis amigos habían oído algo de la campaña menos yo [se ríe]. ¡Cómo se dan a veces las cosas! Es que era casi como ridículo que yo no me hubiera enterado de nada. Además, no sabía quién era mi abuelo. Era la primera vez que oía su nombre. Y, desde luego, tuve la inquietud de entrar en contacto con él inmediatamente, así que mi abuelo y su mujer viajan a Montevideo y ahí nos conocemos. Fue por esa fecha, febrero de 2000, cuando se supo oficialmente mi paradero.
- ¿Tenía miedo de toda esta nueva situación en su vida?
-Sí, bastante. Mucho. Conocí a mi abuelo y quedamos en hacerme la prueba del ADN. No tenía sentido quedarme con la duda. Los análisis despejaron todas las dudas: en un 99,99% de probabilidades era yo. Durante el tiempo de espera del resultado me relacioné mucho con mi abuelo.
-Supongo que a raíz de todo esto conoció a un montón de nuevos familiares.
-Sí. Ahora tengo también una abuela paterna que vive en Buenos Aires. Tengo un primo y una tía en Buenos Aires, también por parte de mi papá. Y tengo un abuelo y un tío en España, en Barcelona, por parte de mi mamá. También hay primos de mis padres, amigos... He tratado de conocer a toda la gente que he podido. La verdad es que ha sido muy rico como experiencia y también en aporte de datos para reconstruir la historia. La edad que tenían mis padres es una edad en la que pasás más tiempo con los amigos que con la familia. Así que la mejor fuente eran los amigos. Fue muy lindo en ese sentido. Me han apoyado mucho porque han jugado el papel de mi familia en muchos casos.
-¿Y cómo ha vivido todo esto su familia adoptiva?
-La verdad es que es una familia pequeña, así que cuando hablo de mi familia adoptiva hablo sólo de mi mamá, con la que vivo al día de hoy. Además de aceptar el hecho de que no era su hija, mostró toda su colaboración en mi investigación, en el sentido de no ocasionarme dolor. Al contrario. Siempre me apoyó en todo lo que quise hacer. Lo hizo incluso en el juicio de filiación, que se llevó a cabo en 2004 y que fue lo más difícil.
-Para ella tuvo que ser muy doloroso.
-Por supuesto. Pero siempre tuvo una actitud de acompañarme más que de cuestionarme. Ella incluso siente un gran aprecio por mi abuelo Juan Gelman. Es mayor. Ahora tiene 76 años y está muy delicada de salud. Supongo que todo esto le ha influido mucho.
-¿Ayudó la forma en la que ella le dio la noticia? ¿Cómo fue?
-Un día volvía a casa y me la encontré llorando. Le pregunté qué le pasaba. Me dijo que tenía que hablar conmigo, pero que no podía hacerlo mientras yo entraba y salía. Me dijo que mejor hablábamos cuando volviera de trabajar. Lloraba tanto que decidí quedarme. Le preguntaba y le preguntaba y ella sólo lloraba. Casi no podía hablar. Le pregunté si tenía que ver con papá, con ella. Me dijo que con los tres. Y entonces, no sé por qué; yo nunca había sospechado, pero ante su silencio y su llanto, le pregunté: "¿Es que no soy hija de ustedes?". Y ella me dijo: "¿Quién te lo dijo?". Ahí fue cuando me di cuenta de lo que había dicho.
-De modo que de alguna forma, aunque fuera de forma inconsciente, usted lo sabía
-Parece que voy a tener que terminar aceptando que sí. Entonces, ahí ella ya me cuenta cómo llego a la casa de ellos, y me dice que desconocía de dónde provenía yo hasta que este señor que era mi abuelo se puso en contacto con ella. Obviamente, me puse a llorar. No entendía lo que me pasaba en la cabeza.
-Antes dijo que a raíz de todo esto se relacionó mucho con su abuelo. ¿Le gustó?
-Sí. Yo iba con un miedo terrible la primera vez, y él me imagino que tendría un montón de dudas. Pero a partir de ahí todo fue una avalancha. Había decisiones que tomar en un momento histórico y político en el que todavía se negaba la existencia de niños robados en Uruguay. El tema de los desaparecidos siempre se dejaba de lado. Aquí se negaban la mayoría de las cosas.
-¿Y hasta entonces nunca se había preocupado usted por estos asuntos?
-No. Tampoco tenía afiliación política alguna. No me interesaba la política partidaria, aunque militaba en un sindicato estudiantil. La Ley de Caducidad no permite que los responsables de crímenes de la dictadura sean investigados. En cierta manera no permite ni la investigación, si bien este Gobierno ha hecho mucho por permitir todas las investigaciones abiertas.
-El problema es que es una ley aprobada por referéndum
-El gobierno consideró que el caso de mi mamá no debía estar incluido en la ley. Pero, a pesar de eso, la causa judicial, ya archivada, que presentó mi abuelo en el año 2002 y que yo pedí reabrir en febrero de este año, fue de nuevo archivada en base a esa ley. Eso ha cerrado las puertas a la investigación a nivel judicial.
-Por todo ello empieza usted a darle publicidad a toda su historia.
-No, esto es muy reciente. No he empezado a hablar con la prensa hasta este mismo año. Porque es ahora cuando está ampliamente probado que lo que me pasó a mí le pasó a muchísima gente en lo que tiene que ver con estos dos países. Esto pasó. Fue muy cruel. Ocurrió durante una dictadura, y para mí esto del robo de niños no tiene explicación. Ahora he sabido que fue muy habitual robar niños en Argentina y también en Uruguay.
-La colaboración de la dictadura uruguaya con la argentina fue muy estrecha.
-Sí, y hay que luchar por la verdad y para que esto no vuelva a pasar. Es la causa de mucha gente.
Una noche en Montevideo
1988 Gelman llegó a Montevideo para participar de un encuentro político-cultural. Como forma de bienvenida, para la primera noche se organizó un asado, con un pequeño grupo de conocidos. Confieso que llegué a casa del amigo-organizador pensando que me encontraría con un individuo marcado por el drama del sufrimiento personal. Felizmente, me equivoqué.
Gelman fue el gran animador y sus cuentos fueron apareciendo casi en competencia desenfrenada con Washington Benavides. Eran relatos de fogón y vino. Para los demás era imposible participar o porque no se estaba a la altura de los duelistas o porque se corría el riesgo de quebrar semejante clima.
Es cierto que a un creador se lo conoce fundamentalmente por su obra. Pero Gelman sentía que la suya no era lo que importaba porque más allá de ella estaba "la" poesía que lo alimentó siempre y a la que siempre recordó cuando se lo premiaba. Como cuando recibió el Cervantes en 2007: "Se premia a la poesía entonces -dijo- 'que es como una doncella tierna y de poca edad y en todo extremo hermosa' para don Quijote, doncella que, dice Cervantes en Viaje del Parnaso, 'puede pintar en la mitad del día/ la noche, y en la noche más escura/ el alba bella que las perlas cría/ [...] Es de ingenio tan vivo y admirable/ que a veces toca en puntos que suspenden,/ por tener no se qué de inescrutable'".
En aquella noche del 1988, el poeta-cuentista (o palabrero, al decir de Paco Espínola) contuvo a las otras dimensiones del hombre que había perdido unas cuantas batallas y trataba de ganar una esencial, la de encontrar a su nieta. Atrincherado en las palabras, su vitalidad fue un regalo excepcional porque tenía toda una lección de vida.
Henry Segura es editor de Espectáculos en el diario El País, de Montevideo
Gelman, la persistencia de una voz
"Creo que el único tema verdadero de la poesía es la poesía misma. Odio ese término que inventaron los franceses: 'la poesía comprometida'. Yo creo en la poesía casada. Casada con la poesía." En 1997 Juan Gelman recibía el Premio Nacional de Poesía y, en una de sus visitas a Buenos Aires, hacía ésta y otras reflexiones durante una entrevista con el Suplemento Cultura de La Nacion.
Había muchas cosas que todavía no habían ocurrido, en la vida de Gelman y en la vida del país. El autor de Cólera buey persistía entonces en la búsqueda de su nieta desaparecida y no había recibido aún el Premio Cervantes, que cristalizó sin fisuras su prestigio literario internacional. En cuanto a la Argentina, no se había producido ni el debate profundo ni la reivindicación oficial de las políticas de la izquierda revolucionaria de los años setenta. Algunas de aquellas reflexiones de Gelman resuenan hoy con un valor testimonial acrecentado por el paso de los años, por eso resulta significativo recordarlas.
Gelman había publicado su primer poema a los once años: "Era un poema de amor imposible, por supuesto. Se publicó en una revista que se llamaba Rojo y Negro y que yo compraba porque allí salían cuentos del Oeste y de detectives. Tenía además dos secciones: la filatélica, donde se establecían canjes, y Los Espontáneos, donde se publicaba cualquier cosa, entre otras, mi poema". Y consideraba Carta a mi madre su libro más autobiográfico. "Hay poetas que logran establecer una distancia muy grande entre la vivencia y la imaginación, pero lo que a mí siempre me ha preocupado es la posibilidad de cercanía entre estos dos elementos." Por otra parte, no acordaba con quienes opinaban que los temas sociales o políticos constituían la veta principal de poesía; éstos le parecían sólo un aspecto entre tantos otros de su escritura.
Tampoco solía hablar de su participación en Montoneros, pero en aquella oportunidad hizo afirmaciones que despertaron polémica. Dijo que discrepaba con el grupo sobre el uso de la violencia, pero que "no tenía poder de decisión". "Los montoneros habían creado una fachada que se llamaba Consejo Superior del Movimiento Peronista Montonero. Yo estuve ahí como secretario de Prensa para Europa. Pero, aparte de que ese cargo dentro del Consejo tampoco era determinante, el control efectivo de ese organismo lo tenía la organización propiamente dicha. Y yo nunca estuve en la conducción de la organización propiamente dicha ni tuve grados superiores. Yo me equivoqué, como tantos otros. Pero tampoco siento culpa por eso. Creo que la culpa puede ser un sentimiento cómodo: más bien hay que sentirse responsable en la medida en que a uno le tocó ser responsable."
En los últimos años, Gelman siguió interviniendo en los temas de actualidad y, sobre todo, siguió escribiendo, con un espíritu que da la clave de su obra. "Me han dicho que ninguno de mis libros se parece al anterior desde el punto de vista formal. Creo que eso depende de las necesidades del ser humano, que siempre se mueve. Cuando deje de moverme dejaré de escribir."
El poeta de los ojos tristes
an Gelman, el poeta de los ojos tristes, era capaz de arrancarse de madrugada a rasguear la guitarra; en tiempos en que su pesadilla era más grande, pues buscaba con ahínco pero sin esperanza a su nieta secuestrada en 1976 por los golpistas de Videla, la poesía y esos instantes de la noche lo devolvían a la vida, como si se la prestaran. Esa larga historia que lo convirtió en huérfano de su hijo y en abuelo en perpetuo estado de incertidumbre lo llenó de pena, y "la pena -dijo una vez con su enorme capacidad para la melancolía y el sarcasmo- es un territorio muy amplio, probablemente argentino". Él nunca se quitó de veras la pena.
Cuando en 2000 apareció la nieta, una joven que había vivido hasta entonces con un matrimonio al que se la entregaron los militares, se alivió la pesadumbre pero mantuvo su rastro. Fue mucho pesar, él lo llevó con la dignidad personal de un combatiente. A veces, cuando recitaba en público y aún existía esa sombra en su vida, cada verso era un esfuerzo y una rasgadura, como si llorara en voz baja. Por eso asombraba en esos instantes en que le robaba a alguien la guitarra que riera y cantara como si fuera otro.
Esa búsqueda de la nieta fue la razón mayor de su tristeza, pero nunca fue un hombre vencido. Ahora, consciente de la enfermedad que acabó con su vida, tuvo energía aún para desear a sus amigos un año menos difícil. Volvió del hospital, donde entró y salió desde el último noviembre, porque quiso que fuera en su casa donde dijera adiós a todo esto.
Nació en la Argentina en 1930. El golpe de Estado de Videla lo condujo al exilio en México, de donde jamás quiso volver a su país. Su nuera esperaba una criatura cuando la secuestraron; de ella y del hijo de Gelman no se supo nunca más; el poeta estaba seguro de que la criatura vivía en alguna parte. La movilización mundial a favor de su lucha por encontrarla chocó durante años contra la inepcia del Vaticano, al que acudió, y de los gobiernos uruguayo y argentino, pero contó con el apoyo de escritores, periodistas y activistas. Sus amigos José Saramago y Eduardo Galeano presidieron una campaña mundial a favor de la búsqueda de la nieta; esa campaña se intensificó cuando por fin hubo noticias que daban fe de que la muchacha existía, y en 2000 al fin se produjo ese encuentro. Macarena Gelman tiene ahora 35 años y vive en Uruguay. Esa noche del reencuentro su amigo Mario Benedetti dijo: "Hablé con Juan y está de lo más feliz".
Esa noticia fue para él la emoción más grande de su vida. Su poesía, irónica y secreta, escrita desde la melancolía, vivió momentos más claros; pero él siguió siendo el poeta de los ojos tristes que a veces ocultaba la risa tras el bigote poblado. Alto, desgarbado, Gelman caminaba dejando atrás, siempre, la estela del humo de su cigarrillo. Su voz tenía la cadencia del silencio; podía recitar ante miles, pero jamás levantó la voz. Últimamente había adelgazado mucho, de modo que cuando se desplazaba parecía que iba a volar tras el humo.
En el último mes de abril, cuando publicó su libro Hoy, de prosa poética, como muchos de los suyos, explicó aquí qué sintió cuando fue condenado uno de aquellos verdugos de su hijo. "Entre los culpables del asesinato de mi hijo había un general que fue condenado a prisión perpetua. Pero cuando dictaron la sentencia yo no sentí nada. Ni odio, ni alegría. Y me pregunté por qué, y eso me llevó a escribir, para preguntarme qué había pasado." En esa conversación, Gelman resumió su disgusto con el papa Francisco, a quien había acudido cuando éste era el obispo Bergoglio en busca de ayuda para encontrar a su hijo. El obispo le dijo que no podía hacer nada, "pero ante la justicia declaró otra cosa, que había hecho gestiones sin éxito".
Esa larga lucha (35 años buscando rastros de la vida de los suyos) no sólo lo marcó como persona, sino que llenó de amargura y sarcasmo su escritura. Él tenía, decía, "la confianza lastimada". También con respecto al porvenir del mundo. Ese hombre está en sus versos.
Ganó los principales premios de la literatura en español: el Rulfo, el Reina Sofía de poesía, el Cervantes (en 2007). Para él, la poesía era "una forma de resistencia", pero ese compromiso civil no alteró su manera de ser poeta. ¿Hermético?, se preguntaba. "No, lo que hago es respetar al lector, obligarlo a que lea por dentro". En el Ateneo de Madrid, en uno de sus tumultuosos recitales, siete años después del hallazgo de la nieta, leyó su poema padre de entonces como si fueran a temblar sus manos, sus ojos, él entero:
Así que has vuelto
como si hubiera pasado nada
como si el campo de concentración no
como si hace veintitrés años
que no escucho tu voz ni te veo
han vuelto el oso verde tú
sobre todo larguísimo y yo
padre de entonces
hemos vuelto a tu hijar incesante
en estos hierros que nunca terminan
¿Ya nunca cesarán?
ya nunca cesarás de cesar
vuelves y vuelves
y te tengo que explicar que estás muerto.
como si hubiera pasado nada
como si el campo de concentración no
como si hace veintitrés años
que no escucho tu voz ni te veo
han vuelto el oso verde tú
sobre todo larguísimo y yo
padre de entonces
hemos vuelto a tu hijar incesante
en estos hierros que nunca terminan
¿Ya nunca cesarán?
ya nunca cesarás de cesar
vuelves y vuelves
y te tengo que explicar que estás muerto.
La ovación compungida de la gente fue la confirmación de que el público y el poeta se leyeron por dentro.
Esa historia fue su vida: el hijo muerto, la hija muerta, la nieta en un paradero sobre el que él arañaba. Todo eso seguía vivo en su mirada, por tanto en esos versos, padre de entonces. Fue comunista, periodista y resistente, la sombra de esa historia no le permitió jamás olvidar esa militancia contra el olvido.
Fue un resistente comprometido también con los cambios habidos en su país para revertir los efectos de la ley de punto final que había proclamado el presidente Alfonsín. Esa "impunidad espantosa" fue anulada por el presidente Kirchner y dio paso a las condenas de los represores, entre ellos los represores de la familia de Gelman. Y desde ese punto de vista defendió en España al juez Garzón cuando éste trató de perseguir el franquismo y restituir la dignidad de los perseguidos durante la dictadura. "No entiendo -dijo entonces- el castigo a Garzón por rastrear la memoria."
Un día le pregunté quién era. Y él dijo:
-Quién sabe. Yo, no.
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