La larga y extraña tradición de la crónica periodística inventada
Truman Capote, Gabriel García Márquez, Ryszard Kapuscinski, Joseph Mitchell, Roberto Saviano... Los grandes nombres de la crónica periodística suman y siguen. Pero no se conformaron con contar la verdad y nada más que la verdad
Roberto Saviano ha celebrado el Nobel a Svetlana Alexiévich como si se lo hubieran dado a él. El reconocimiento a la periodista bielorrusa, según el escritor italiano, acaba con la idea de que solo la ficción es literatura. ParaSaviano la no ficción es un método: toma la realidad y construye personajes, tramas y escenas tan solventes como lo hacen los novelistas. La crónica periodística también es literatura, proclama el autor de «Gomorra» y «CeroCeroCero»: «Este Nobel no premia solo el coraje de una disidente, sino, sobre todo, el coraje de una escritora que ha elegido un método, que con su estilo literario ha amenazado el poder». Y lamenta que los cronistas hayan sido relegados a un segundo plano por su falta de fiabilidad. Todo bien, si no fuera porque Saviano ha hecho todo aquello que el «método» periodístico le prohíbe.
Un libro deshonesto
En «CeroCeroCero», donde sigue el tráfico de la cocaína, Saviano se apropia de informaciones publicadas por periodistas menos conocidos, entrevista a fuentes que podrían no existir y plagia textos de reportajes y de artículos de la Wikipedia, según desveló Michael Moynihan. «Saviano no solo ha escrito un mal libro. Ha escrito un libro sorprendentemente deshonesto», concluye el periodista estadounidense. «En el caso de una crónica, el lector asume que lo que lee sucedió tal y como se lo están contando -explica por correo electrónico Daniel Gascón, responsable de la edición española de «Letras Libres»-. Cuando un periodista inventa algo está violando ese acuerdo: está siendo desleal con su interlocutor».
Cruzar la línea
Moynihan ya destapó otro caso similar en 2012. Jonah Lehrer, un joven y prometedor periodista de «The New Yorker», publicó un libro que incluía citas de Bob Dylan. El cantante habría dicho que el proceso de creación es algo difícil de describir: «Es simplemente sentir que tienes algo que decir». Como Dylan es un artista que apenas concede entrevistas -una en los últimos tres años-, Moynihan sospechó. Buscó el origen de esa cita y, al no encontrarlo, preguntó a Lehrer, que terminó reconociendo que se la había inventado: «No he podido encontrar las fuentes originales. Estoy muy apenado por mentir».
Saviano niega que haya plagiado a nadie. Lo más que admite es haber creado un personaje que incorpora características de varios entrevistados. En Estados Unidos llaman «composite» a esta técnica que supone cruzar la línea de la no ficción. Cuando no tiene respuesta, Saviano recurre a «A sangre fría», la «novela de no ficción» con la que Truman Capote quiso revolucionar la narrativa periodística en los años 60. Presentada como una crónica que se ajustaba a los hechos, con el tiempo se supo que Capote inventó pasajes. Saviano, amenazado de muerte por la Mafia, sigue siendo un «best seller» mundial.
Gabo a Kapuscinski: «Tú también mientes a veces, ¿verdad, Ryszard?» Kapuscinski sólo sonrió
Lehrer, en cambio, abandonó «The New Yorker» y la editorial que lo publicó dejó de vender dos de sus libros. Como dice Carlos Lozada en «The Washington Post», Lehrer ha perdido su biografía. Lo último que ha hecho ha sido escribirle un libro a un economista. Se le identifica así: «Jonah Lehrer es un escritor de ciencia que vive en Los Ángeles». Ni una palabra de sus anteriores libros, que fueron un éxito de ventas. Ni una palabra del episodio Bob Dylan.
«Me parece que el periodismo estadounidense tiene en general criterios más rigurosos», dice Gascón. «Además del peso de una cultura y una tradición ‘literaria’ mal entendida que a mi juicio está cambiando, puede ser una cuestión de recursos». En Estados Unidos se toman tan en serio el respeto al «método» de la no ficción que hasta le dedican películas. «True Story», estrenada este año, cuenta el caso de Michael Finkel, que fue despedido de «The New York Times» en 2001 por atribuirle características de otros entrevistados a un niño que trabajaba en condiciones de esclavitud en una plantación de cacao de Mali. El «composite» de Saviano.
Verificadores de datos
«Sabía que a los lectores les importaría más si pensaban que todas esas cosas le pasaron a un solo chico en lugar de a cinco», dice el personaje de Finkel en la película. «Estaba tan absorto en contar una gran historia queperdí por completo mi obligación con la verdad». «The New York Times» publicó una nota en la que informaban a sus lectores de lo ocurrido y pedía disculpas. En una entrevista posterior al estreno de «True Story» Finkel ha bromeado con las licencias que se toma la película con la realidad.
En Estados Unidos hasta publicaciones minoritarias como «Dissent Magazine» siguen un riguroso proceso de edición: verifican cada uno de los datos y entrecomillados de sus artículos e intercambian varias versiones de los textos con sus autores antes de mandarlos a imprenta. El ejemplo a seguir es el del equipo de «fact-checkers» (verificadores de datos) de «The New Yorker», la revista de referencia del periodismo narrativo. Ningún reportaje sale publicado hasta que el editor, el editor de mesa y los fact-checkers se ponen de acuerdo.
"Saviano, que niega haber plagiado, ha creado un personaje que resume a varios entrevistados"
La revista que dirige David Remnick ha contribuido a derribar el mito de uno de sus reporteros estrella: Joseph Mitchell. En «Man in profile: Joseph Mitchell of The New Yorker», Thomas Kunkel desvela que el reportero que consolidó el periodismo literario de la revista neoyorquina entre los años 40 y 50 se inventó al menos dos personajes y alteró diálogos en otro reportaje. «Mitchell hacía ficción con la forma de hechos, pero esto fue un secreto durante mucho, mucho tiempo», dice Lillian Ross en «Here But Not Here». «The New Yorker» contó todo esto en una amplia reseña y además publicó una investigación que revelaba las negligencias que cometió Mitchell durante los años que trabajó en «El secreto de Joe Gould», su historia más famosa, publicada en España por Anagrama.
El caso de Mitchell, conocido hace unos meses, recuerda a lo que ocurrió en 2010 con la publicación de «Kapuscinski Non-Fiction». Artur Domoslawskidescubrió que Ryszard Kapuscinski, hasta entonces considerado un maestro de periodistas, mintió en algunos de sus libros. El reportero polaco exageró cuando contó que estuvo cerca de ser fusilado en el Congo, puso literatura a algunas descripciones de paisajes africanos y nunca desmintió su amistad con el Che Guevara, Patrice Lumumba y Salvador Allende, cuando probablemente solo conoció a este último.
Lágrima pintada
Gabriel García Márquez coincidió con Kapuscinski en 2001 en una jornada de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, creada por el Premio Nobel colombiano para impulsar el trabajo de los reporteros latinoamericanos. ¿Tiene un periodista derecho a pintar una lágrima en el protagonista de un reportaje, aunque no haya ocurrido así?, se preguntó García Márquez. Los asistentes respondieron que no. Él dijo que sí: ¿Dónde está la traición, si así se reflejan mejor los hechos? Entonces se dirigió al reportero polaco: «Tú también mientes a veces, ¿verdad, Ryszard?». Kapuscinski solo sonrió.
Las exageraciones e invenciones en el periodismo de García Márquez «están presentes de una forma abundante y abierta y, en otras, de forma dosificada y velada», según reveló Néfer Muñoz en BBC Mundo tras la muerte del escritor, en 2014. El colombiano creó varios personajes imaginarios y en «El Espectador» llegó a publicar un reportaje sobre una manifestación que duró trece días. Pero la protesta no existió. Los nueve días de lluvia narrados en «Historia íntima de una manifestación de 400 horas» y las lágrimas de los manifestantes fueron fruto de su imaginación. «Inventábamos cada noticia…», dijo García Márquez años después, cuando recordó este episodio en una entrevista.
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