'Cebolludos' de Envigado hay para rato
Aunque lo dieron por muerto, “El Cebolludo” de Envigado continúa, como desde hace 46 años, deleitando con su receta. Cuenta que lo han intentado imitar pero nunca lo han logrado igualar, mientras sus clientes aseguran que uno, no es suficiente.
Mientras se comía el tercer perro caliente, Francisco, fiel comensal del ‘chuzo’, se reía mientras recordaba cómo creyeron que “El Cebolludo” se había muerto. Hace pocos días uno de sus clientes posteó desde Estados Unidos una foto de su carro de perros en una red social, acompañada de un comentario que expresaba la falta que le hacía Darío. De inmediato, varios seguidores dieron por muerto al dueño de la receta de perros calientes más famosa y tradicional en Envigado.
Pero “Darío, El cebolludo”, como aparece en el registro de Cámara de Comercio, sigue tan vivo como lo ha estado los últimos 46 años, parado en la esquina de la calle 37sur con la carrera 40, pleno centro de Envigado. Allí, debajo de una sombrilla verde y naranjada como los colores de su amado municipio, permanece vendiendo sus perritos cebolludos, cada noche, todas las noches del año, incluyendo festivos, semana santa, 24, 25 y hasta 31 de diciembre.
“Estos perros ya son una comida típica de Envigado”, dice Darío mientras deja caer unas cuantas cucharadas de picadillo de cebolla blanca y tomate verde sobre un delicado pancito con salchicha y mantequilla. Sus perritos, además, llevan ripio de papa y todas las salsas comunes de las comidas rápidas.
Del peso a los dos mil quinientos
Hace 46 años no cabía en la cabeza de nadie pagar 2.500 pesos por un perro. Un peso y luego 1.15 pesos era lo que pagaban los transeúntes por los perritos de aquella época cuando se acercaban al carrito verde que data de más de 50 años atrás y que sigue siendo la imagen con la que muchos lugareños reconocen la esquina de “los cebolludos”.
El carro no ha cambiado y el secreto de fogón tampoco: funciona con petróleo. La receta, en cambio, tardó dos décadas en encontrar su punto. “El papá de Darío tuvo el negocio seis años y solo vendía el perro tradicional: pan, salchicha, salsa de tomate y mostaza”, explica Luis Carlos, amigo de infancia de Darío y su compañero de trabajo desde hace 17 años.
A la receta le adicionaron repollo, tomate maduro y algunos otros ingredientes, pero varios años después, “El Cebolludo” sintió que sus perros no tenían lo justo. El repollo a veces se vinagraba, así que decidió suprimirlo. “Ahí fue cuando se nos ocurrió ensayar un picadillo de cebolla de la blanca y tomate riñón. De eso ya hace unos 26 o 27 años ¡y vea dónde estamos hoy!”.
En un día normal, es decir, de lunes a jueves y siempre y cuando no haya eventos deportivos, Luis Carlos, Darío y su esposa, Nubia Inés, venden entre 400 y 600 perros. “Aquí de cien perros se venden dos sin cebolla. Es que muchos no comen cebolla en la casa y aquí sí comen. Y piden más”, y no exagera.
Uno no es suficiente
Y es que el tamaño de los perros obliga a comerse al menos dos. Difícilmente un cliente se conforma con uno. Y algunos, no pueden parar de comer, como Francisco, su sobrino, que tiene el récord de más perros comidos: 22.
“Usted ya no encuentra en ningún lado el sabor de esta salchicha. Ya nadie cocina con petróleo”, asegura Francisco, quien orgulloso por su experticia en el arte de comer cebolludos, explica que en “sano juicio” se come entre dos y cuatro, pero cuando está “prendidito” queda lleno con unos 12 o 14 acompañado de dos gaseosas.
Nubia Inés es quien encarga de picar los 12 kilos de cebolla y tomate en semana, y hasta 22 los fines de semana, para deleitar el paladar de todos los antojados que los visitan. “Ella ya ni llora. Después de tantos años con la cebolla solo se ríe”, asegura su esposo. ¿Y qué más sabe hacer usted, don Darío? – le pregunto. Nada, responde él, “yo en esta vida solo sé de cebolla, pero ha sido una bendición”.
La fórmula de los perros con grandes cantidades de cebolla no es exclusiva de este envigadeño. Varios negocios en su municipio y en otros cercanos utilizan la misma receta para atraer a los clientes, pero a Darío la competencia no le preocupa: “Nos imitan, pero no nos igualan. El único cebolludo soy yo”.
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