Enoc, un testimonio de la vida de calle
Nadie conoce a Enoc por su nombre. Es un habitante de calle. Todos lo ven deambular por Andes desde hace casi una década, pero muy pocos conocen su historia.
Por Diana Paola Mejía Henao / polamejia22@gmail.com
“Yo soy Enoc Restrepo, nacido en Betania, Antioquia, mi papá se llamaba Juancho, mi mamá, Rosmira. Tenía cinco hermanos, una familia muy extensa, honrada y con mucha plata”. Dice tener entre 50 y 70 años. Hace ocho llegó a Andes, luego de la muerte de su esposa. Ahí empezó su historia. Habla con absoluta certeza, su firmeza me asombra, pero casi ni me observa. Su mirada está perdida entre muchos recuerdos. Hoy es un clandestino más entre los 40 mil habitantes de Andes.
Entre tantas estructuras que tiene el municipio, Enoc duerme de vez en cuando en una habitación que le alquilan por mil pesos la noche. Este hombre se da cuenta de que hay cambios notorios en Andes, sabe muy bien qué hay a su alrededor, sin embargo, no necesita tener ninguna conversación con nadie para saber ciertas cosas. Le gusta andar solo, le gusta vivir en la calle, no tiene quejas, no tiene prejuicios, no tiene ganas de cambiar su vida. Con lo que es ahora es feliz.
La capital comercial del Suroeste es un pueblo lleno de tradiciones, de gente amable, de diversidad cultural, de música, de poetas, escritores, cantantes. También hay personas que hacen historia sobreviviendo en las calles sin un rumbo fijo. Muchos de estos individuos son conocidos en el pueblo: ‘Batagria’, ‘Osama’, ‘Barba Roja’, ‘La miada’, ‘La muela de gallo’, ‘Mariela’, ‘El duende’, ‘Sirena’, ‘Rigo’, ‘Alfredo’, y un grupo llamado ‘La banca de los pensionados’. Todos ellos viven una aventura diferente y la voz de la calle les habla al oído.
“Las mujeres de la mala vida fueron mi perdición, ¿pero sabe qué? eso a mí no me importa y tampoco me arrepiento” dice Enoc.
El parque Simón Bolívar es el corazón del municipio de Andes. Por muchas generaciones ha sido el referente de encuentro de visitantes, un ícono urbano que tiene a su alrededor locales comerciales y sucursales de entidades bancarias. Así como muchas personas se reúnen en este sitio para distraerse, conversar o realizar alguna diligencia, Enoc también sale todos los días al parque, lo recorre sin importar si llueve o hace demasiado sol, no se sienta en ninguna parte porque no le gusta quedarse en un mismo sitio mucho tiempo, no le causa ninguna reacción que la gente lo mire de reojo por su aspecto físico, ni por la ropa que lleva puesta. Solo se limita a observar lo que pasa a su alrededor creyendo siempre que él es “un don de Dios” y que no importa nada más.
Entre tanto dinero que circula de mano en mano, Enoc solo subsiste con dos mil o tres mil pesos para gastarlos en un almuerzo, tintos y mecato. Este hombre asegura que él está mejor que las demás personas, dice que viven de afán, se quejan de todo y hasta se tienen que preocupar por estrenar ropa cada mes. Por el contrario, él solo tiene que pensar en sobrevivir, “y la supervivencia es regalada, no se tiene que comprar”.
Tiene una amistad con ‘Osama’, hablan sin hablar, el silencio los acompaña cada vez que se encuentran, es como si tuvieran una larga conversación con miradas que se cruzan. Una amistad que no tiene ni principio ni fin, es que a Enoc no le gusta estar con nadie, sin embargo, acepta que ‘Osama’ se quede y camine junto a él. Las palabras sobran en esa amistad.
“A mí me gusta andar solo porque no me quiero complicar la vida, andar solo es más fácil porque la gente lo mira a uno mugroso y le dan moneditas, por eso yo me baño de vez en cuando para que la gente que me mira de reojo vea que el mugre es propio”. Él se liberó de todo vínculo con su familia, se liberó del tiempo, de los afanes, del dinero, de los prejuicios y hace de la calles de Andes un paraíso que no lo abandona.
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