Cómo el rugby tumbó al fútbol

Francia también es la irreductible aldea gala del deporte. El rugby ha conseguido destronar al fútbol en audiencias, salarios e impacto público. La receta: valores, marketing e identidad.

Aquella tarde de cielo acero en Saint-Denis, la suela de goma de mis zapatillas era algo más fina de lo recomendable y al plumas de oferta habían olvidado embutirle el relleno. Tiempos de sueldo rasante y alquiler parisiense, pero hay partidas no negociables, como el bautizo en un VI Naciones. Nunca he olvidado dos sensaciones de aquel Francia 25 - Italia 0: sentirme una cabina telefónica siberiana y los rostros dichosos de los italianos saliendo del estadio, con 25 clavos en los ojos y digo yo que el mismo frío, aunque mejores plumas. Ganar, perder o congelarte no es tan importante: esto es rugby

Puede costar entender que este deporte de reglas complejas, mandíbulas de latón y ritos viriles casi evangélicos, por mucho que la palabra viril moleste en estos tiempos, mire al fútbol de tú a tú en audiencia e impacto social. Así ocurre en Francia. Un hito resumido en una palabra: valores. El balompié, que por toda Europa devora al resto de deportes minoritarios, sucumbe en Francia porque una agresiva política de comunicación vino a lanzarle a los padres dos preguntas fundamentales: ¿Quieres que tu hijo se dé la mano con los rivales al terminar?, ¿quieres asistir a un espectáculo deportivo donde no existe la violencia? 

Pues entonces, las hostias son lo de menos. El fútbol mostró su piel de nuevo rico. Creó sus modelos sociales, sus coches despampanantes, sus hebillas de bandolero, su chonismo rampante. Enfrente surgieron unos tipos con perfil de nevera pero sonrisa disponible. Creíbles. Buenos yernos. Las empresas vieron el filón. La liga supo aprovecharlo. Los presupuestos crecieron (más de un 1000% en los últimos 15 años). La TV se subió al carro (60 millones de euros anuales por los derechos del top 14). La consecuencia: los partidos de la selección de rugby obtienen las mismas audiencias (por encima de cinco millones) que Griezmann, Varane y compañía. De mi tarde en la tundra recuerdo la potencia de un trolebús vasco. Imanol Harinordoquy sujetaba con una cinta negra toda la rabia rubia que cabe en un tercera línea de 1,92 y 105 kilos. Años después, posó para el objetivo de Andrea Santolaya y su proyecto Nation Rugby. 

El resultado es este reportaje sobre el Biarritz Olympique que tienen en sus manos. Una oda al suroeste galo, donde el rugby surge de las entrañas tanto como el vino. Valores e identidad: la fórmula de un deporte que ha conseguido disputarle al fútbol el Olimpo sin perder nobleza.

Aquella tarde de cielo acero en Saint-Denis, la suela de goma de mis...Aquella tarde de cielo acero en Saint-Denis, la suela de goma de mis zapatillas era algo más fina de lo recomendable y al plumas de oferta habían olvidado embutirle el relleno. Tiempos de sueldo rasante y alquiler parisiense, pero hay partidas no negociables, como el bautizo en un VI Naciones. Nunca he olvidado dos sensaciones de aquel Francia 25 - Italia 0: sentirme una cabina telefónica siberiana y los rostros dichosos de los italianos saliendo del estadio, con 25 clavos en los ojos y digo yo que el mismo frío, aunque mejores plumas. Ganar, perder o congelarte no es tan importante: esto es rugby. Puede costar entender que este deporte de reglas complejas, mandíbulas de latón y ritos viriles casi evangélicos, por mucho que la palabra viril moleste en estos tiempos, mire al fútbol de tú a tú en audiencia e impacto social. Así ocurre en Francia. Un hito resumido en una palabra: valores. El balompié, que por toda Europa devora al resto de deportes minoritarios, sucumbe en Francia porque una agresiva política de comunicación vino a lanzarle a los padres dos preguntas fundamentales: ¿Quieres que tu hijo se dé la mano con los rivales al terminar?, ¿quieres asistir a un espectáculo deportivo donde no existe la violencia? Pues entonces, las hostias son lo de menos. El fútbol mostró su piel de nuevo rico. Creó sus modelos sociales, sus coches despampanantes, sus hebillas de bandolero, su chonismo rampante. Enfrente surgieron unos tipos con perfil de nevera pero sonrisa disponible. Creíbles. Buenos yernos. Las empresas vieron el filón. La liga supo aprovecharlo. Los presupuestos crecieron (más de un 1000% en los últimos 15 años). La TV se subió al carro (60 millones de euros anuales por los derechos del top 14). La consecuencia: los partidos de la selección de rugby obtienen las mismas audiencias (por encima de cinco millones) que Griezmann, Varane y compañía.   De mi tarde en la tundra recuerdo la potencia de un trolebús vasco. Imanol Harinordoquy sujetaba con una cinta negra toda la rabia rubia que cabe en un tercera línea de 1,92 y 105 kilos. Años después, posó para el objetivo de Andrea Santolaya y su proyecto Nation Rugby. El resultado es este reportaje sobre el Biarritz Olympique que tienen en sus manos. Una oda al suroeste galo, donde el rugby surge de las entrañas tanto como el vino. Valores e identidad: la fórmula  de un deporte que ha conseguido disputarle al fútbol el Olimpo sin perder nobleza.Aquella tarde de cielo acero en Saint-Denis, la suela de goma de mis zapatillas era algo más fina de lo recomendable y al plumas de oferta habían olvidado embutirle el relleno. Tiempos de sueldo rasante y alquiler parisiense, pero hay partidas no negociables, como el bautizo en un VI Naciones. Nunca he olvidado dos sensaciones de aquel Francia 25 - Italia 0: sentirme una cabina telefónica siberiana y los rostros dichosos de los italianos saliendo del estadio, con 25 clavos en los ojos y digo yo que el mismo frío, aunque mejores plumas. Ganar, perder o congelarte no es tan importante: esto es rugby. Puede costar entender que este deporte de reglas complejas, mandíbulas de latón y ritos viriles casi evangélicos, por mucho que la palabra viril moleste en estos tiempos, mire al fútbol de tú a tú en audiencia e impacto social. Así ocurre en Francia. Un hito resumido en una palabra: valores. El balompié, que por toda Europa devora al resto de deportes minoritarios, sucumbe en Francia porque una agresiva política de comunicación vino a lanzarle a los padres dos preguntas fundamentales: ¿Quieres que tu hijo se dé la mano con los rivales al terminar?, ¿quieres asistir a un espectáculo deportivo donde no existe la violencia? Pues entonces, las hostias son lo de menos. El fútbol mostró su piel de nuevo rico. Creó sus modelos sociales, sus coches despampanantes, sus hebillas de bandolero, su chonismo rampante. Enfrente surgieron unos tipos con perfil de nevera pero sonrisa disponible. Creíbles. Buenos yernos. Las empresas vieron el filón. La liga supo aprovecharlo. Los presupuestos crecieron (más de un 1000% en los últimos 15 años). La TV se subió al carro (60 millones de euros anuales por los derechos del top 14). La consecuencia: los partidos de la selección de rugby obtienen las mismas audiencias (por encima de cinco millones) que Griezmann, Varane y compañía.   De mi tarde en la tundra recuerdo la potencia de un trolebús vasco. Imanol Harinordoquy sujetaba con una cinta negra toda la rabia rubia que cabe en un tercera línea de 1,92 y 105 kilos. Años después, posó para el objetivo de Andrea Santolaya y su proyecto Nation Rugby. El resultado es este reportaje sobre el Biarritz Olympique que tienen en sus manos. Una oda al suroeste galo, donde el rugby surge de las entrañas tanto como el vino. Valores e identidad: la fórmula de un deporte que ha conseguido disputarle al fútbol el Olimpo sin perder nobleza.Aquella tarde de cielo acero en Saint-Denis, la suela de goma de mis zapatillas era algo más fina de lo recomendable y al plumas de oferta habían olvidado embutirle el relleno. Tiempos de sueldo rasante y alquiler parisiense, pero hay partidas no negociables, como el bautizo en un VI Naciones. Nunca he olvidado dos sensaciones de aquel Francia 25 - Italia 0: sentirme una cabina telefónica siberiana y los rostros dichosos de los italianos saliendo del estadio, con 25 clavos en los ojos y digo yo que el mismo frío, aunque mejores plumas. Ganar, perder o congelarte no es tan importante: esto es rugby. Puede costar entender que este deporte de reglas complejas, mandíbulas de latón y ritos viriles casi evangélicos, por mucho que la palabra viril moleste en estos tiempos, mire al fútbol de tú a tú en audiencia e impacto social. Así ocurre en Francia. Un hito resumido en una palabra: valores. El balompié, que por toda Europa devora al resto de deportes minoritarios, sucumbe en Francia porque una agresiva política de comunicación vino a lanzarle a los padres dos preguntas fundamentales: ¿Quieres que tu hijo se dé la mano con los rivales al terminar?, ¿quieres asistir a un espectáculo deportivo donde no existe la violencia? Pues entonces, las hostias son lo de menos. El fútbol mostró su piel de nuevo rico. Creó sus modelos sociales, sus coches despampanantes, sus hebillas de bandolero, su chonismo rampante. Enfrente surgieron unos tipos con perfil de nevera pero sonrisa disponible. Creíbles. Buenos yernos. Las empresas vieron el filón. La liga supo aprovecharlo. Los presupuestos crecieron (más de un 1000% en los últimos 15 años). La TV se subió al carro (60 millones de euros anuales por los derechos del top 14). La consecuencia: los partidos de la selección de rugby obtienen las mismas audiencias (por encima de cinco millones) que Griezmann, Varane y compañía.   De mi tarde en la tundra recuerdo la potencia de un trolebús vasco. Imanol Harinordoquy sujetaba con una cinta negra toda la rabia rubia que cabe en un tercera línea de 1,92 y 105 kilos. Años después, posó para el objetivo de Andrea Santolaya y su proyecto Nation Rugby. El resultado es este reportaje sobre el Biarritz Olympique que tienen en sus manos. Una oda al suroeste galo, donde el rugby surge de las entrañas tanto como el vino. 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La consecuencia: los partidos de la selección de rugby obtienen las mismas audiencias (por encima de cinco millones) que Griezmann, Varane y compañía.   De mi tarde en la tundra recuerdo la potencia de un trolebús vasco. Imanol Harinordoquy sujetaba con una cinta negra toda la rabia rubia que cabe en un tercera línea de 1,92 y 105 kilos. Años después, posó para el objetivo de Andrea Santolaya y su proyecto Nation Rugby. El resultado es este reportaje sobre el Biarritz Olympique que tienen en sus manos. Una oda al suroeste galo, donde el rugby surge de las entrañas tanto como el vino. Valores e identidad: la fórmula  de un deporte que ha conseguido disputarle al fútbol el Olimpo sin perder nobleza.Aquella tarde de cielo acero en Saint-Denis, la suela de goma de mis zapatillas era algo más fina de lo recomendable y al plumas de oferta habían olvidado embutirle el relleno. Tiempos de sueldo rasante y alquiler parisiense, pero hay partidas no negociables, como el bautizo en un VI Naciones. Nunca he olvidado dos sensaciones de aquel Francia 25 - Italia 0: sentirme una cabina telefónica siberiana y los rostros dichosos de los italianos saliendo del estadio, con 25 clavos en los ojos y digo yo que el mismo frío, aunque mejores plumas. Ganar, perder o congelarte no es tan importante: esto es rugby. Puede costar entender que este deporte de reglas complejas, mandíbulas de latón y ritos viriles casi evangélicos, por mucho que la palabra viril moleste en estos tiempos, mire al fútbol de tú a tú en audiencia e impacto social. Así ocurre en Francia. Un hito resumido en una palabra: valores. El balompié, que por toda Europa devora al resto de deportes minoritarios, sucumbe en Francia porque una agresiva política de comunicación vino a lanzarle a los padres dos preguntas fundamentales: ¿Quieres que tu hijo se dé la mano con los rivales al terminar?, ¿quieres asistir a un espectáculo deportivo donde no existe la violencia? Pues entonces, las hostias son lo de menos. El fútbol mostró su piel de nuevo rico. Creó sus modelos sociales, sus coches despampanantes, sus hebillas de bandolero, su chonismo rampante. Enfrente surgieron unos tipos con perfil de nevera pero sonrisa disponible. Creíbles. Buenos yernos. Las empresas vieron el filón. La liga supo aprovecharlo. Los presupuestos crecieron (más de un 1000% en los últimos 15 años). La TV se subió al carro (60 millones de euros anuales por los derechos del top 14). La consecuencia: los partidos de la selección de rugby obtienen las mismas audiencias (por encima de cinco millones) que Griezmann, Varane y compañía.   De mi tarde en la tundra recuerdo la potencia de un trolebús vasco. Imanol Harinordoquy sujetaba con una cinta negra toda la rabia rubia que cabe en un tercera línea de 1,92 y 105 kilos. Años después, posó para el objetivo de Andrea Santolaya y su proyecto Nation Rugby. El resultado es este reportaje sobre el Biarritz Olympique que tienen en sus manos. Una oda al suroeste galo, donde el rugby surge de las entrañas tanto como el vino. Valores e identidad: la fórmula  de un deporte que ha conseguido disputarle al fútbol el Olimpo sin perder nobleza.Aquella tarde de cielo acero en Saint-Denis, la suela de goma de mis zapatillas era algo más fina de lo recomendable y al plumas de oferta habían olvidado embutirle el relleno. Tiempos de sueldo rasante y alquiler parisiense, pero hay partidas no negociables, como el bautizo en un VI Naciones. 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Una oda al suroeste galo, donde el rugby surge de las entrañas tanto como el vino. Valores e identidad: la fórmula  de un deporte que ha conseguido disputarle al fútbol el Olimpo sin perder nobleza.Aquella tarde de cielo acero en Saint-Denis, la suela de goma de mis zapatillas era algo más fina de lo recomendable y al plumas de oferta habían olvidado embutirle el relleno. Tiempos de sueldo rasante y alquiler parisiense, pero hay partidas no negociables, como el bautizo en un VI Naciones. Nunca he olvidado dos sensaciones de aquel Francia 25 - Italia 0: sentirme una cabina telefónica siberiana y los rostros dichosos de los italianos saliendo del estadio, con 25 clavos en los ojos y digo yo que el mismo frío, aunque mejores plumas. Ganar, perder o congelarte no es tan importante: esto es rugby. 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La consecuencia: los partidos de la selección de rugby obtienen las mismas audiencias (por encima de cinco millones) que Griezmann, Varane y compañía.   De mi tarde en la tundra recuerdo la potencia de un trolebús vasco. Imanol Harinordoquy sujetaba con una cinta negra toda la rabia rubia que cabe en un tercera línea de 1,92 y 105 kilos. Años después, posó para el objetivo de Andrea Santolaya y su proyecto Nation Rugby. El resultado es este reportaje sobre el Biarritz Olympique que tienen en sus manos. Una oda al suroeste galo, donde el rugby surge de las entrañas tanto como el vino. Valores e identidad: la fórmula  de un deporte que ha conseguido disputarle al fútbol el Olimpo sin perder nobleza.Aquella tarde de cielo acero en Saint-Denis, la suela de goma de mis zapatillas era algo más fina de lo recomendable y al plumas de oferta habían olvidado embutirle el relleno. Tiempos de sueldo rasante y alquiler parisiense, pero hay partidas no negociables, como el bautizo en un VI Naciones. Nunca he olvidado dos sensaciones de aquel Francia 25 - Italia 0: sentirme una cabina telefónica siberiana y los rostros dichosos de los italianos saliendo del estadio, con 25 clavos en los ojos y digo yo que el mismo frío, aunque mejores plumas. Ganar, perder o congelarte no es tan importante: esto es rugby. Puede costar entender que este deporte de reglas complejas, mandíbulas de latón y ritos viriles casi evangélicos, por mucho que la palabra viril moleste en estos tiempos, mire al fútbol de tú a tú en audiencia e impacto social. Así ocurre en Francia. Un hito resumido en una palabra: valores. El balompié, que por toda Europa devora al resto de deportes minoritarios, sucumbe en Francia porque una agresiva política de comunicación vino a lanzarle a los padres dos preguntas fundamentales: ¿Quieres que tu hijo se dé la mano con los rivales al terminar?, ¿quieres asistir a un espectáculo deportivo donde no existe la violencia? Pues entonces, las hostias son lo de menos. El fútbol mostró su piel de nuevo rico. Creó sus modelos sociales, sus coches despampanantes, sus hebillas de bandolero, su chonismo rampante. Enfrente surgieron unos tipos con perfil de nevera pero sonrisa disponible. Creíbles. Buenos yernos. Las empresas vieron el filón. La liga supo aprovecharlo. Los presupuestos crecieron (más de un 1000% en los últimos 15 años). La TV se subió al carro (60 millones de euros anuales por los derechos del top 14). La consecuencia: los partidos de la selección de rugby obtienen las mismas audiencias (por encima de cinco millones) que Griezmann, Varane y compañía.   De mi tarde en la tundra recuerdo la potencia de un trolebús vasco. Imanol Harinordoquy sujetaba con una cinta negra toda la rabia rubia que cabe en un tercera línea de 1,92 y 105 kilos. Años después, posó para el objetivo de Andrea Santolaya y su proyecto Nation Rugby. El resultado es este reportaje sobre el Biarritz Olympique que tienen en sus manos. Una oda al suroeste galo, donde el rugby surge de las entrañas tanto como el vino. Valores e identidad: la fórmula  de un deporte que ha conseguido disputarle al fútbol el Olimpo sin perder nobleza.Aquella tarde de cielo acero en Saint-Denis, la suela de goma de mis zapatillas era algo más fina de lo recomendable y al plumas de oferta habían olvidado embutirle el relleno. Tiempos de sueldo rasante y alquiler parisiense, pero hay partidas no negociables, como el bautizo en un VI Naciones. 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La consecuencia: los partidos de la selección de rugby obtienen las mismas audiencias (por encima de cinco millones) que Griezmann, Varane y compañía.   De mi tarde en la tundra recuerdo la potencia de un trolebús vasco. Imanol Harinordoquy sujetaba con una cinta negra toda la rabia rubia que cabe en un tercera línea de 1,92 y 105 kilos. Años después, posó para el objetivo de Andrea Santolaya y su proyecto Nation Rugby. El resultado es este reportaje sobre el Biarritz Olympique que tienen en sus manos. Una oda al suroeste galo, donde el rugby surge de las entrañas tanto como el vino. Valores e identidad: la fórmula  de un deporte que ha conseguido disputarle al fútbol el Olimpo sin perder nobleza.Aquella tarde de cielo acero en Saint-Denis, la suela de goma de mis zapatillas era algo más fina de lo recomendable y al plumas de oferta habían olvidado embutirle el relleno. Tiempos de sueldo rasante y alquiler parisiense, pero hay partidas no negociables, como el bautizo en un VI Naciones. Nunca he olvidado dos sensaciones de aquel Francia 25 - Italia 0: sentirme una cabina telefónica siberiana y los rostros dichosos de los italianos saliendo del estadio, con 25 clavos en los ojos y digo yo que el mismo frío, aunque mejores plumas. Ganar, perder o congelarte no es tan importante: esto es rugby. Puede costar entender que este deporte de reglas complejas, mandíbulas de latón y ritos viriles casi evangélicos, por mucho que la palabra viril moleste en estos tiempos, mire al fútbol de tú a tú en audiencia e impacto social. Así ocurre en Francia. Un hito resumido en una palabra: valores. El balompié, que por toda Europa devora al resto de deportes minoritarios, sucumbe en Francia porque una agresiva política de comunicación vino a lanzarle a los padres dos preguntas fundamentales: ¿Quieres que tu hijo se dé la mano con los rivales al terminar?, ¿quieres asistir a un espectáculo deportivo donde no existe la violencia? Pues entonces, las hostias son lo de menos. El fútbol mostró su piel de nuevo rico. Creó sus modelos sociales, sus coches despampanantes, sus hebillas de bandolero, su chonismo rampante. Enfrente surgieron unos tipos con perfil de nevera pero sonrisa disponible. Creíbles. Buenos yernos. Las empresas vieron el filón. La liga supo aprovecharlo. Los presupuestos crecieron (más de un 1000% en los últimos 15 años). La TV se subió al carro (60 millones de euros anuales por los derechos del top 14). La consecuencia: los partidos de la selección de rugby obtienen las mismas audiencias (por encima de cinco millones) que Griezmann, Varane y compañía.   De mi tarde en la tundra recuerdo la potencia de un trolebús vasco. Imanol Harinordoquy sujetaba con una cinta negra toda la rabia rubia que cabe en un tercera línea de 1,92 y 105 kilos. Años después, posó para el objetivo de Andrea Santolaya y su proyecto Nation Rugby. El resultado es este reportaje sobre el Biarritz Olympique que tienen en sus manos. Una oda al suroeste galo, donde el rugby surge de las entrañas tanto como el vino. Valores e identidad: la fórmula  de un deporte que ha conseguido disputarle al fútbol el Olimpo sin perder nobleza.Aquella tarde de cielo acero en Saint-Denis, la suela de goma de mis zapatillas era algo más fina de lo recomendable y al plumas de oferta habían olvidado embutirle el relleno. Tiempos de sueldo rasante y alquiler parisiense, pero hay partidas no negociables, como el bautizo en un VI Naciones. Nunca he olvidado dos sensaciones de aquel Francia 25 - Italia 0: sentirme una cabina telefónica siberiana y los rostros dichosos de los italianos saliendo del estadio, con 25 clavos en los ojos y digo yo que el mismo frío, aunque mejores plumas. Ganar, perder o congelarte no es tan importante: esto es rugby. Puede costar entender que este deporte de reglas complejas, mandíbulas de latón y ritos viriles casi evangélicos, por mucho que la palabra viril moleste en estos tiempos, mire al fútbol de tú a tú en audiencia e impacto social. Así ocurre en Francia. Un hito resumido en una palabra: valores. El balompié, que por toda Europa devora al resto de deportes minoritarios, sucumbe en Francia porque una agresiva política de comunicación vino a lanzarle a los padres dos preguntas fundamentales: ¿Quieres que tu hijo se dé la mano con los rivales al terminar?, ¿quieres asistir a un espectáculo deportivo donde no existe la violencia? Pues entonces, las hostias son lo de menos. El fútbol mostró su piel de nuevo rico. Creó sus modelos sociales, sus coches despampanantes, sus hebillas de bandolero, su chonismo rampante. Enfrente surgieron unos tipos con perfil de nevera pero sonrisa disponible. Creíbles. Buenos yernos. Las empresas vieron el filón. La liga supo aprovecharlo. Los presupuestos crecieron (más de un 1000% en los últimos 15 años). La TV se subió al carro (60 millones de euros anuales por los derechos del top 14). La consecuencia: los partidos de la selección de rugby obtienen las mismas audiencias (por encima de cinco millones) que Griezmann, Varane y compañía.   De mi tarde en la tundra recuerdo la potencia de un trolebús vasco. Imanol Harinordoquy sujetaba con una cinta negra toda la rabia rubia que cabe en un tercera línea de 1,92 y 105 kilos. Años después, posó para el objetivo de Andrea Santolaya y su proyecto Nation Rugby. El resultado es este reportaje sobre el Biarritz Olympique que tienen en sus manos. Una oda al suroeste galo, donde el rugby surge de las entrañas tanto como el vino. Valores e identidad: la fórmula  de un deporte que ha conseguido disputarle al fútbol el Olimpo sin perder nobleza.

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